Saturday, July 31, 2010

Péndulo

Lo que más le gusta: que le dejen propina cuando entrega los abrigos. Lo que menos le gusta: no ver el sol.

Lo que más le gusta: la música, las luces y los tragos gratis. Lo que menos le gusta: cuando cierra la discoteca, cuando cesa la música y se encienden las luces blancas que dan a los clientes piel de enfermos.

Lo qué más le gusta: que generalmente den las gracias. Lo que menos le gusta: la fila interminable frente a la ventanilla y él, apresurado, en el desespero, buscando abrigos.

Lo que más le gusta: entregar los abrigos lo más rápido posible. Lo que menos le gusta: que un hombre, de hablar pastoso diga que perdió su teléfono, que lo tenía en el abrigo, que él se lo robó.

Lo que más le gusta: que un empleado con más mañas que él haya pedido el número de teléfono, que haya llamado y que el teléfono haya repicado en los pantalones del cliente.

Lo que más le gusta: salir del bar, sentirse libre. Lo que menos le gusta: el frío, y acostarse sabiendo que cuando se levante será de noche.


©-2008




Saturday, July 24, 2010

La palabra

Predicadora sabatina en Roosevelt Avenue y la Calle 82, Queens.

(Pieza brevísima).

Banco en un parque. Entra Pablo. Ve un punto próximo al banco que tienta al descanso. Se echa a dormir. Entra Pedro con un libro bajo el brazo.

Pedro mira alrededor. No ve a nadie. Se arma de valor y predica a la soledad.

PEDRO: Aquí está bien para la práctica. (Tiene el libro en la mano mientras practica. A una supuesta multitud). Pecadores: arrepiéntanse. El señor les brinda la oportunidad de subir al cielo si se arrepienten de la mala vida, si reconocen que él es el camino y la vida, si reniegan de esa vida de pecado y de lujuria. A él debemos lo que somos, él nos ha traído aquí para que alabemos su grandeza. El que no lo reconozca está en camino de la perdición…

PABLO: (Exaltado). ¿Qué pasa?

PEDRO: ¡El señor iluminó mi vida…!

PABLO: ¡Que se calle…!

PEDRO: (Toma fuerzas). He escuchado a un fariseo, a uno que no quiere y reniega de la palabra. Y por descarriados como él, es que el señor me ha dado fuerzas para regar la buena nueva del reino de los cielos.

PABLO: (A Pedro). ¿Te podrías callar un rato?

PEDRO: No soy yo el que habla. Es mi señor el que pone las palabras en mi boca. Él me manda para que encuentres el rumbo, para que dejes de adorar a los falsos ídolos, para que subas a los cielos…

PABLO: Mi problema no es subir al cielo. Mi problema es descansar.

PEDRO: (Al cielo). Señor: me has puesto una dura prueba. No importa: saldré airoso de ella. (A Pablo). No te preocupes, pecador que voy a orar por ti.

PABLO: ¿Y el señor no te dijo que es pecado estar jodiendo la paz y la tranquilidad de los demás? ¿No te dijo que hacer ruido contamina?

PEDRO: ¿Y quién hace ruido?

PABLO: Tú, con las pendejadas que estás diciendo. Así que mejor te callas. No lo repito.

PEDRO: Él quiere que los desposeídos subamos al cielo. (Abre el libro). Aquí dice…

PABLO: ¿No dijo “bienaventurados los que tienen sueño porque de ellos será el reino de las camas"?

PEDRO: ¡Pecador…!

(Pablo se acuesta. Da la espalda a Pedro que calla).

PEDRO: Señor: esto no es una oveja descarriada, es un lobo disfrazado de oveja. No quiere escuchar tu palabra. Lo has mandado para que yo haga el milagro. Cuando cuente esta historia a los hermanos no me lo creerán, pero ahí estará el pecador arrepentido para dar testimonio. Seré el nuevo pastor de la iglesia… iré por todos los países para regar la buena nueva. Conduciré tu rebaño, mi señor. Seré el Pablo de estos tiempos.

PABLO: ¿Qué?

PEDRO: No hablo contigo.

PABLO: ¿Y por qué me llamaste?

PEDRO: (Confuso). ¿El señor? ¿Te has disfrazado de hombre para probarme?

PABLO: Lo tuyo es de psiquiatra. ¡Qué señor ni qué carajo…! Pablo, me llamo Pablo y acabas de decir mi nombre.

Silencio vergonzoso de Pedro. Pablo se acuesta de nuevo. Pedro abre el libro. A hurtadillas se acerca a Pablo.

PEDRO: Dios el señor sacó al hombre del jardín del Edén, y lo puso a trabajar la tierra de la cual había sido formado…

PABLO: ¡No…! ¡De nuevo no…!

PEDRO: Después de haber sido sacado el hombre, puso al oriente del jardín unos seres alados…

PABLO: ¡Ya, loco…!

PEDRO: El rey dirá a los que estén a su izquierda: “apártense de mí, ustedes que están bajo maldición, váyanse al fuego eterno…”

PABLO: ¡Basta…! Ni una palabra más. Estás jodiéndome la vida. Vete con los que creen en esa vaina y déjame en paz.

PEDRO: Hay que recuperar las almas. No tendría gracia predicarle a los hermanos que creen lo que yo creo.

PABLO: Pues tampoco aquí tiene gracia. Entiéndelo, me importa un coño lo que digas, me importa un carajo el señor…

PEDRO: ¡Un sacrilegio tras otro…!

PABLO: Me importa un coño pasar la eternidad en la última paila del infierno. Así que cállate, chitón, cierra la boca.

PEDRO: Estoy rescatando tu eternidad.

PABLO: Antes de rescatar la eternidad, rescata mi presente: habla para que me devuelvan el trabajo. Habla con mi mujer y dile que vuelva. Convence a mis acreedores para que no me manden preso. (Pausa breve). Déjame dormir porque tengo dos noches que no pego un ojo.

PEDRO: Pues aquí tienes la solución. El libro sagrado. El libro de los libros.

PABLO: ¿Qué hago con él? ¿Hace cheques divinos? ¿Hace que lo reenganchen a uno? ¿Sirve de almohada?

PEDRO: Mejor. Es la sanación. Tócalo.

Pablo agarra el libro con cierta reverencia. Cierra los ojos. Trata de sentir la energía del libro. Mientras tanto, es evidente la emoción que siente Pedro al ver que Pablo intenta conectarse con lo divino.

PABLO: (Suelta el libro). No pasa nada. No siento nada.

PEDRO: A lo mejor si lo lees, para eso es que sirven los libros hermano, y sobre todo éste.

PABLO: (Abre el libro y lee). “¿Dónde están los hombres que vinieron a pasar la noche en tu casa? ¡Échalos afuera! ¡Queremos acostarnos con ellos” ¡Coño…!

PEDRO: Sin herejías.

PABLO: (Continúa). “Por favor, amigos míos, no cometan tal perversidad. Tengo dos hijas que todavía son vírgenes; voy a traérselas para que hagan con ellas lo que les plazca…”

PEDRO: Sigue, que encontrarás consuelo.

PABLO: “El señor hizo que cayera del cielo una lluvia de fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra. Así destruyó a esas ciudades y a todos sus habitantes, junto con toda la llanura y la vegetación del suelo. Pero la esposa de Lot miró hacia atrás, y se quedó convertida en estatua de sal…”

Pablo cierra el libro. Se sienta en el banco. Silencio.

PEDRO: ¿Y?

Pablo no contesta.

PEDRO: ¿Encontraste la palabra? ¿Meditas? ¿Preparas tu corazón para recibir al señor?

Pablo lo ve sin decir nada.

PEDRO: Vamos a la congregación para que conozcas a tus hermanos.

PABLO: Este libro es una… una soberana…

PEDRO: ¡Calla…! Sin herejías.

PABLO: Por eso es que estás como estás. Por leer eso.

Pedro salta sobre Pablo y le quita el libro. Lo toma y lo protege de cualquier posible ataque.

PABLO: ¿Qué consuelo ni qué nada hay en esa cuerda de disparates? ¿Un papá que ofrece a las hijas vírgenes para que la gente del pueblo no se meta con sus amigos?

PEDRO: Es una metáfora. (Abre el libro y lee). “ La gente de Judá ha hecho el mal que yo detesto –afirma el señor-. Han profanado la casa que lleva mi nombre al instalar allí sus ídolos abominables…”

PABLO: Dame esa vaina ya.

PEDRO: ¡No…! (Lee). “Por eso llegarán días cuando los cadáveres de este pueblo servirán de comida a las aves del cielo y a los animales de la tierra, y no habrá quien los espante…”

PABLO: Dame acá. (Se acerca a Pedro).

PEDRO: El libro sagrado no lo tocas.

Pablo toma un palo y se acerca más a Pedro.

PABLO: El libro.

Pedro da unos pasos atrás.

PEDRO: Cualquier cosa, mi vida, mi mujer, mis amigos, lo que quieras, pero el libro no.

PABLO: (Toma un palo que encuentra). El libro.

PEDRO: No.

Pablo se acerca más. Pedro brinca hacia él y le da un cabezazo en el estómago. Pablo suelta el palo y cae. Pedro brinca sobre él.

PEDRO: ¿Quieres el libro? Toma. (Golpea a Pablo con el libro).

PABLO: ¡Deja, idiota!

PEDRO: (Sigue golpeándolo con el libro). ¡No te quejes…! Son golpes celestiales, golpes que te manda el señor para que te alumbren, descarriado. ¡Toma…! La palabra te va a entrar así sea a golpes. (Abre el libro y le restriega por la cara las páginas a Pablo). Entenderás la palabra, te lo juro.

Pablo logra zafarse. Pedro no se da cuenta. Agotado, Pablo se levanta brinca sobre Pedro y le quita el libro.

PABLO: ¡Por fin…!

PEDRO: Suelta mi libro que me costó bien caro.

PABLO: ¿Te vas a ir con tu palabra pa’l carajo?

PEDRO: ¡Jamás…! El señor me mandó.

(Pedro se levanta y se dirige a Pablo).

PABLO: Das un paso más y lo rompo en dos.

PEDRO: (Gimoteando). ¡No…!

(Pausa breve).

PABLO: ¿Lo quieres?

PEDRO: (Gimoteando). ¡Síiiii…!

PABLO: Muy bien. Allá va.

(Pablo tira el libro que sale por la parte derecha del escenario. Pedro queda inmóvil un momento y luego corre a buscar el libro).

PEDRO: ¡Mi libroooo…!

(Pablo con tranquilidad se dirige al punto donde se sentó a descansar al principio y se acuesta).

©-2008


Friday, July 16, 2010

Miradas

¡Esa manía de dejar todo para última hora! Tengo que comprar hoy la tarjeta de cumpleaños para Catherine; de lo contrario, no la recibirá a tiempo.

Catherine vive en Rochester. Ella roba los minutos necesarios cuando el tiempo señala que estoy logrando la madurez, en navidad y hasta el día de mi santo. Envía tarjetas que delatan su esmero ya que aluden a mi vida, a mis logros, a mis alegrías. Es católica: sabe qué día corresponde a qué santos, sus vidas y milagros. Sus viajes a Francia, Portugal o España se remiten a Lourdes, Fátima o Santiago de Compostela. Una vez contó que de niña quiso ser monja, pero que luego se decidió por el magisterio y por un marido tan espiritual como ella.

Catherine es una de las pocas amigas a las que no envío, no puedo enviar cualquier tarjeta. Puedo pasar horas buscando imágenes, colores, palabras que signifiquen algo para ella. Por eso quiero, como de costumbre, la tarjeta que delate que fue comprada pensando en ellla. Cerca de mi casa, en la Avenida 37, hay una tienda de regalos en la que venden inciensos, imágenes de Buda, juegos de tarot, fragancias místicas, cuadernos hechos a mano, libros sobre espiritualidad, objetos con frases para meditar y tarjetas.

Entro. En el sitio, la paz interior asalta al visitante. Es un pequeño establecimiento en cuya vidriera los juguetes celebran los colores. Adentro, el olor de esencias orientales aquieta la ansiedad; las pequeñas fuentes de agua con sus pulidas piedras evocan una naturaleza a los que viven en la ciudad; la música, de flautas y campanas, apela a la quietud. El vendedor levanta la cabeza, me sonríe, saluda y sigue acomodando con esmero unos péndulos de cuarzo en los estantes. Doy vueltas por el espacio, viendo, tocando, oliendo los diferentes objetos que hay en el lugar. Las tarjetas se exhiben en un mostrador de plástico transparente. Al rato encuentro la tarjeta con la imagen que busco: la virgen de Guadalupe.

La tarjeta está hecha con gusto popular y ostentoso; para ahorrar palabras diré que es kitsch: rosas, ángeles, colores chillones, escarcha. Es una versión visual de una Guadalupe estridente y fuerte. Durante siglos la imagen ha ido ganando creyentes y alterando detalles: los santos y las vírgenes, como los recuerdos, se mantienen vivos por la gente que los piensa.

Tomo la imagen. Antes de pagar, agarro dos paquetes de incienso: quiero tener algo de esta espiritualidad en casa. En ese momento, entra una mujer con un niño al que sujeta por una mano y que ha estado viendo los juguetes en la vidriera. El niño, menos preocupado por lo místico, toca los juguetes de la tienda.

La mujer se parece a la virgen de la tarjeta. Tiene el pelo lacio y azabache, la piel de cobre, los ojos oscuros. A diferencia de la virgen de la tarjeta, su ropa es barata y gastada. La única ostentación la lleva al cuello: una cadena con una virgen de plata. Además, mi virgen kistch es más estilizada que la madre barrigona y de baja estatura.

Ante la presencia de la mujer, el vendedor deja de acomodar los péndulos como si sus manos hubiesen dejado de hacerle caso. A su alrededor todo deja de existir para seguir el movimiento de la madre y el hijo que no hablan, sólo ven y tocan. No hay saludo ni sonrisa, sólo respiración acelerada y una atenta mirada. La paz interior del local desaparece como si algo estuviera a punto de estallar.

¿Habrá sentido ella la misma tensión? Probablemente ya se acostumbró en la calle a esas miradas. La humanidad del vendedor se centra en los dos seres hasta que se retiran como entraron: sin hacer ruido. La tienda y yo volvemos a existir, el dependiente sonríe y vuelve a acomodar los péndulos. Me dirijo a la caja, le entrego la tarjeta y los inciensos. Éste los toma, saca las cuentas, me dice el monto y busca una bolsa de papel marrón donde coloca los objetos con delicadeza. Al ver la tarjeta, el dependiente alaba mi buen gusto. Él acepta a la patrona; la devota es un peligro.

Foto: Venta callejera de artículos religiosos, Avenida Roosevelt entre las calles 89 y 90, Queens.

©-2009

Saturday, July 10, 2010

Calle


(CALLE, pieza brevísima, forma parte del proyecto UNA CIUDAD 4 ESTACIONES. La lectura dramatizada se realizó el 8 de julio 2010 en The New School, organizada por Teatrica y Artistas Anonymous. Participan Martín Balmaceda, Memo, Yanko Bakulic, Laura Spalding y Patricia Becker).

Personajes

-Nando: tez cobriza, pelo lacio. Viste casual: elegante chaqueta y zapatos de cuero; jeans, camisa. Unos veinticinco años.

-John: rubio más alto que Nando. Es más alto que Nando, rubio, viste como oficinista con ropa notoriamente gastada. Treinta años.

Calle. Frío. Viento. En escena aparece Nando. Viene abrigado con una chaqueta de cuero. Trae un papel en la mano que mira constantemente lo que alterna viendo con detenimiento el número de los edificios. John viene detrás de él, se adelanta y sale de escena.

NANDO: 1015… 1017… calle 27. Éste es el número, pero aquí no parece… edificio de apartamentos. Se me va hacer tarde. ¡El teléfono! (Revisa los bolsillos y no lo encuentra). Lo anoté, seguro que anoté el número… estaba en otro papel. ¿Dónde se me habrá caído? (Pausa breve. Mira con detenimiento el número de la calle). ¡Qué bruto! Es la calle 26.

Nando apura el paso concentrado en el papel. En sentido contrario viene John. Al cruzarse Nando y John, a éste se le cae una bolsa en la que hay un contenedor con comida. Ambos miran el paquete en el piso.

JOHN: Oh my god!

NANDO: Excuse me. No me di cuenta.

JOHN: My lunch. You threw my lunch…!

NANDO: (Da un paso atrás). Yo… yo…

JOHN: You have to pay for my lunch.

NANDO: ¿Cuánto es?

JOHN: Fifty.

NANDO: ¿Fifty qué?

JOHN: What?

NANDO: Fifty what?

JOHN: Fifty dollars.

NANDO: ¿Fifty? ¿Five Zero? (Bajo). ¿Y qué almuerza éste? Excuse me, but… no puedo pagar eso.

JOHN: What? English, please.

NANDO: Me…I am… cannot pay fifty dollars. I don’t have money.

JOHN: It’s none of my business.

NANDO: No puedo. I can’t

JOHN: No? (Moviéndose hacia diferentes lados de la calle mientras vocifera). Police!!!

NANDO: ¡No llames a la police!

JOHN: Police!!! Police!!! Police!!!

NANDO: Shhh… ¡Cállate!

JOHN: Then pay me my lunch.

NANDO: Te pagaría, pero no tengo. I haven’t money with me.

JOHN: I can’t believe that people like you walk around daydreaming bothering another people.

NANDO: I’m lost.

JOHN: Pay me.

NANDO: ¡Coño, que no puedooo!!!

John, lentamente se acerca a Nando hasta arrinconarlo contra una pared y quedar frente a él.

NANDO: Nada de violencia, hay que solucionar las cosas pacíficamente. El diálogo. La comunicación. Si quieres me das tu tarjeta… your business card and I’ll call you to you to send you the money. I swear it. I swear it for my mother.

JOHN: And I’m supposed to believe that you’ll call me to pay me back? Ha! You look like an damn immigrant. (Pausa breve). I want my money now.

NANDO: (Revisa los bolsillos delanteros de su pantalón, de su chaqueta, de su camisa). No llevo dinero conmigo. Look. (Muestra los bolsillos vacíos a John).

JOHN: (Agarra a Nando por la solapa de la chaqueta). Don’t play with me. My money.

NANDO: (Recula y se suelta). Mira te doy mi chaqueta. (Se quita la chaqueta, empieza a temblar). Es carísima… está como nueva… la puedes vender. (Le da la chaqueta a John).

JOHN: (La agarra con asco y la lanza contra el piso). I don’t want a fucking jacket. I want money for my lunch.

NANDO: (Sigue temblando). Está bien… mis zapatos… (Se quita los zapatos). Cuero puro. New shoes. Los estoy estrenando hoy… para una cita de trabajo. A lo mejor tú sabes dónde… maybe you know where it is located.

JOHN: My money!

NANDO: No tengo. (Cae de rodillas frente a John).

JOHN: Give me your wallet.

NANDO: (Se levanta). ¿Qué?

JOHN: Your wallet.

NANDO: No…

Nando se levanta. Corre y John lo alcanza y lo paraliza. Catea los bolsillos de la chaqueta, después el bolsillo de la camisa. Nando opone resistencia. John lo tira al suelo. Revisa los bolsillos traseros del pantalón de Nando. Encuenta la cartera. La saca. Cuenta el dinero.

JOHN: Twenty dollars?

NANDO: No salgo con dinero. Me dijeron que es peligroso.

JOHN: Only twenty dollars?

NANDO: (Avergonzado). Sí. Actually that all the money I have.

JOHN: I’ll take it. And I’m taking also that piece of crap (señala a la chaqueta).

Tranquilo, John toma la chaqueta y sale de escena. Nando se recompone. Se pone los zapatos.

NANDO: Ahora sin trabajo y sin dinero.

Nando recoge la billetera. Ve la comida.

NANDO: Bueno… al menos la comida… salió tan cara.

Se acerca a la bolsa de comida. Saca un contenedor y un tenedor. Abre el contenedor que apesta.

NANDO: ¡Está podrida! Esta comida está podrida. (Pausa breve). ¡Me robaste, cabrón! (Nando patea la bolsa. Se acuclilla contra la pared).

OSCURO

©-2009

Friday, July 9, 2010

Fechas de vencimiento


Puede ser por un nombre una inicial, un apellido, una cédula extraviada, un pasaporte vencido. Por un punto.

Es desde que llegaste. Desde que fuiste a la entrevista con aquel ejecutivo. Desde que te faltó un documento. Cada vez que llamabas, la secretaria te decía que no habían tomado una decisión porque el presidente de la agencia estaba en Miami y en Miami había un huracán. Sí, como si los huracanes duraran semanas en el mismo lugar.

Es desde que te diste cuenta que los lazos de allá se cortaron; que los amigos que vinieron de allá también olvidaron. Tampoco te hagas la víctima: no pusiste de tu parte. Además, tus mejores amigos se fueron a otros lugares o a otro mundo lejos de éste. Los que quedaron tratan de resolver su vida. Escuchas que todo está tan revuelto que no hay espacio para añorar.

Es desde que prestaste tu cuerpo para que hicieran experimentos. Dejaste que te inyectaran glucosa, ayunaste. Dejaste que te hicieran una biopsia, te sacaban sangre a cada rato. Todo por unos pocos dólares. Por si fuera poco, tuviste que pedir un nombre y un número prestados para que te dieran el dinero.

Es desde que trabajaste con aquella gente que exigía lealtad. Desde que te identificaste con una meta que no era la tuya. Te creíste aquello del sueldo, de los documentos, de la jerarquía para volver al mismo punto. Al mismo punto no: te botaron de un trabajo sin sueldo y exaltaron lo más mediocre de tu humanidad.

Es desde que se te ocurrió hacer aquel video con el italiano para la asociación cultural cuyo presidente lo registró como propiedad suya sin haber invertido un centavo y sin darles crédito ni a ti ni al italiano.

Es desde que crees que las cosas mejorarán, que por fin vas a levantar cabeza y cuando casi lo logras es la ausencia de una letra o un documento extraviado, vencido como tu pasaporte. Lo necesitas con urgencia: corres al consulado y el recepcionista te dice que lo tendrás en dos meses y medio. ¿Para qué un consulado se inunda de computadoras de última generación?

Es desde que lees los requerimientos para sacar un pasaporte: te exigen la cédula de identidad y, ¿de dónde vas a sacar una cédula si el consulado no las tramita y tampoco puedes ir allá?

Es desde que te das cuenta que estás en el limbo: no tienes identificación ni de aquí ni de allá. El pasaporte vencido no vale nada porque está vencido. ¿Qué caduca cuando un pasaporte está vencido? ¿Desaparece el país que lo emite, el gobierno recicla tus datos? ¿Es que pierdes vigencia? ¿Te evaporas?

Es desde que te das cuenta que tienes años escribiendo. Tienes el apartamento repleto de papeles con fechas, datos, borradores. Aquí no importa y allá no se lo imaginan.

Es desde que miras por la ventana. Ves cinco pisos hacia abajo y te imaginas qué le pasaría a un cuerpo si hiciera el viaje que hace tu mirada. ¿Qué harán con los cadáveres que tienen el pasaporte vencido? No lo sabes. No te interesa.

©-2010 Pablo García Gámez

Público cautivo

A Francisco Mujica

El tren reduce la velocidad y para en la estación Lexington.Varios segundos, eternos, antes de que el vagón abra sus puertas.En la espera interior, hombres, mujeres, niños se atrincheran en las puertas esperando ser los primeros en pisar la plataforma y caminar a zancadas.

Los que esperan en el andén desesperan como los del vagón; tal vez más. Se abren las puertas. Algunos intentan entrar y tropiezan con los que quieren salir; no hay palabras, si acaso miradas. En la batalla ganan los que salen por su estrategia de salir en bloque y llevarse por delante a los que están obsesionados por ocupar un asiento lanzándolos a los lados de las puertas.

Los primeros en entrar ganan los pocos asientos disponibles. Un hombre de camisa con mangas remangadas y corbata increpa con la mirada a la mujer que tiene una bolsa en el asiento a su lado y que quita con disgusto. Otro hombre se sienta y del bolsillo de su chaqueta saca un libro, lo abre y fija la atención en él aislándose del gentío; el libro es de Dale Carnegie, es una guía para ganar amigos. Entre la multitud se distingue la madre con su cochecito en el que va el niño dormido. Una vez adentro, los pasajeros asaltantes sienten que el vagón no tiene aire.

Se escucha la voz mecánica anunciando que ésa es la última parada en Manhattan; la próxima estación es Ely Avenue-21st Street en Queens. Se escuchan dos timbres, señal de que las puertas están por cerrar, última oportunidad de los rezagados para empujar hacia el interior del vagón. Cerradas las puertas, arranca el tren. Un hombre con un saxo atado a una cuerda de sonrisa cálida y palabras cadenciosas hace un anuncio:

-Buenas tardes, damas y caballeros. Mi nombre es Clerman. Soy músico aficionado. Les voy a pedir que colaboren con lo que puedan y así no toco. Gracias.

Algunos pasajeros piensan que es una broma del músico; otros ni le prestan atención. La mujer de la bolsa y el hombre del libro se hacen los distraídos. Incluso hay pasajeros que desean que toque, al fin y al cabo, Clerman tiene el porte de un músico de orquesta.

Pasados varios segundos, Clerman se lleva la boquilla del saxo a la boca. Toma aire y comienza a soplar. El impacto es inmediato. El ruido llega a todos los oídos. Estridencias, aullidos, gritos, chillidos, quejas salen del instrumento que deja de ser musical para ser de tortura. Clerman es el demonio dueño del infierno acústico. El tiempo se detiene en cada graznido. El público, cautivo, aguanta la primera embestida con dignidad. Clerman deja de crear los monstruosos ruidos, aparta la boquilla y con una sonrisa anuncia:

-Ya que les gusta, interpretaré otra pieza compuesta por mí. Y a propósito, el tren va a demorar en llegar a la próxima estación porque están haciendo reparaciones en la vía. Tendrán la oportunidad de apreciar mi música.

No bien acabado Clerman, la voz metálica anuncia por los altoparlantes que el tren va a demorar: hay obreros en la vía. Palidez e incredulidad. Unos miran al techo como pidiendo misericordia. La señora de la bolsa se finge dormida. Una de las ancianas que va de pie saca de su bolso la revista de farándula y rasga pedacitos en el intento de hacer tapones para los oídos. El hombre del libro tiene la vista fija en las páginas: las palabras se amotinan y en el desorden no saben qué decir.

El músico inicia la segunda tanda. El bebé del cochecito se despierta y empieza a berrear; sigue el desconcertante concierto. Llega la segunda pausa y extiende el sombrero. La primera que lanza unas monedas es la madre de la criatura. La mujer de la bolsa le tiende unas monedas con rabia. La mayoría de los pasajeros extiende el brazo hacia el sombrero. El músico se detiene frente al lector, es el único que no ha colaborado. El hombre está frente al libro, el dolor no existe: lo leyó en un libro de visualización creativa. Clerman se para frente a él y toca. El rojo de la cara del lector atraviesa las páginas del libro; el hombre es inmutable al castigo. Los pasajeros, sobre todo la mujer del niño miran al lector que se hace el desentendido. La anciana de pie es categórica:

-Dale lo que sea o te reviento el bolso en la cara.

El hombre mete la mano en el bolsillo, saca un billete y se lo da al músico. El billete cae dentro del sombrero en el momento en que cae una lágrima del lector.

-Gracias por su colaborar con un pobre músico.

Una vez que el tren se detiene. En la espera, hombres, mujeres, niños se atrincheran en las puertas esperando ser los primeros en salir del vagón.

©-2010 Pablo García Gámez