Friday, July 9, 2010

Fechas de vencimiento


Puede ser por un nombre una inicial, un apellido, una cédula extraviada, un pasaporte vencido. Por un punto.

Es desde que llegaste. Desde que fuiste a la entrevista con aquel ejecutivo. Desde que te faltó un documento. Cada vez que llamabas, la secretaria te decía que no habían tomado una decisión porque el presidente de la agencia estaba en Miami y en Miami había un huracán. Sí, como si los huracanes duraran semanas en el mismo lugar.

Es desde que te diste cuenta que los lazos de allá se cortaron; que los amigos que vinieron de allá también olvidaron. Tampoco te hagas la víctima: no pusiste de tu parte. Además, tus mejores amigos se fueron a otros lugares o a otro mundo lejos de éste. Los que quedaron tratan de resolver su vida. Escuchas que todo está tan revuelto que no hay espacio para añorar.

Es desde que prestaste tu cuerpo para que hicieran experimentos. Dejaste que te inyectaran glucosa, ayunaste. Dejaste que te hicieran una biopsia, te sacaban sangre a cada rato. Todo por unos pocos dólares. Por si fuera poco, tuviste que pedir un nombre y un número prestados para que te dieran el dinero.

Es desde que trabajaste con aquella gente que exigía lealtad. Desde que te identificaste con una meta que no era la tuya. Te creíste aquello del sueldo, de los documentos, de la jerarquía para volver al mismo punto. Al mismo punto no: te botaron de un trabajo sin sueldo y exaltaron lo más mediocre de tu humanidad.

Es desde que se te ocurrió hacer aquel video con el italiano para la asociación cultural cuyo presidente lo registró como propiedad suya sin haber invertido un centavo y sin darles crédito ni a ti ni al italiano.

Es desde que crees que las cosas mejorarán, que por fin vas a levantar cabeza y cuando casi lo logras es la ausencia de una letra o un documento extraviado, vencido como tu pasaporte. Lo necesitas con urgencia: corres al consulado y el recepcionista te dice que lo tendrás en dos meses y medio. ¿Para qué un consulado se inunda de computadoras de última generación?

Es desde que lees los requerimientos para sacar un pasaporte: te exigen la cédula de identidad y, ¿de dónde vas a sacar una cédula si el consulado no las tramita y tampoco puedes ir allá?

Es desde que te das cuenta que estás en el limbo: no tienes identificación ni de aquí ni de allá. El pasaporte vencido no vale nada porque está vencido. ¿Qué caduca cuando un pasaporte está vencido? ¿Desaparece el país que lo emite, el gobierno recicla tus datos? ¿Es que pierdes vigencia? ¿Te evaporas?

Es desde que te das cuenta que tienes años escribiendo. Tienes el apartamento repleto de papeles con fechas, datos, borradores. Aquí no importa y allá no se lo imaginan.

Es desde que miras por la ventana. Ves cinco pisos hacia abajo y te imaginas qué le pasaría a un cuerpo si hiciera el viaje que hace tu mirada. ¿Qué harán con los cadáveres que tienen el pasaporte vencido? No lo sabes. No te interesa.

©-2010 Pablo García Gámez

Público cautivo

A Francisco Mujica

El tren reduce la velocidad y para en la estación Lexington.Varios segundos, eternos, antes de que el vagón abra sus puertas.En la espera interior, hombres, mujeres, niños se atrincheran en las puertas esperando ser los primeros en pisar la plataforma y caminar a zancadas.

Los que esperan en el andén desesperan como los del vagón; tal vez más. Se abren las puertas. Algunos intentan entrar y tropiezan con los que quieren salir; no hay palabras, si acaso miradas. En la batalla ganan los que salen por su estrategia de salir en bloque y llevarse por delante a los que están obsesionados por ocupar un asiento lanzándolos a los lados de las puertas.

Los primeros en entrar ganan los pocos asientos disponibles. Un hombre de camisa con mangas remangadas y corbata increpa con la mirada a la mujer que tiene una bolsa en el asiento a su lado y que quita con disgusto. Otro hombre se sienta y del bolsillo de su chaqueta saca un libro, lo abre y fija la atención en él aislándose del gentío; el libro es de Dale Carnegie, es una guía para ganar amigos. Entre la multitud se distingue la madre con su cochecito en el que va el niño dormido. Una vez adentro, los pasajeros asaltantes sienten que el vagón no tiene aire.

Se escucha la voz mecánica anunciando que ésa es la última parada en Manhattan; la próxima estación es Ely Avenue-21st Street en Queens. Se escuchan dos timbres, señal de que las puertas están por cerrar, última oportunidad de los rezagados para empujar hacia el interior del vagón. Cerradas las puertas, arranca el tren. Un hombre con un saxo atado a una cuerda de sonrisa cálida y palabras cadenciosas hace un anuncio:

-Buenas tardes, damas y caballeros. Mi nombre es Clerman. Soy músico aficionado. Les voy a pedir que colaboren con lo que puedan y así no toco. Gracias.

Algunos pasajeros piensan que es una broma del músico; otros ni le prestan atención. La mujer de la bolsa y el hombre del libro se hacen los distraídos. Incluso hay pasajeros que desean que toque, al fin y al cabo, Clerman tiene el porte de un músico de orquesta.

Pasados varios segundos, Clerman se lleva la boquilla del saxo a la boca. Toma aire y comienza a soplar. El impacto es inmediato. El ruido llega a todos los oídos. Estridencias, aullidos, gritos, chillidos, quejas salen del instrumento que deja de ser musical para ser de tortura. Clerman es el demonio dueño del infierno acústico. El tiempo se detiene en cada graznido. El público, cautivo, aguanta la primera embestida con dignidad. Clerman deja de crear los monstruosos ruidos, aparta la boquilla y con una sonrisa anuncia:

-Ya que les gusta, interpretaré otra pieza compuesta por mí. Y a propósito, el tren va a demorar en llegar a la próxima estación porque están haciendo reparaciones en la vía. Tendrán la oportunidad de apreciar mi música.

No bien acabado Clerman, la voz metálica anuncia por los altoparlantes que el tren va a demorar: hay obreros en la vía. Palidez e incredulidad. Unos miran al techo como pidiendo misericordia. La señora de la bolsa se finge dormida. Una de las ancianas que va de pie saca de su bolso la revista de farándula y rasga pedacitos en el intento de hacer tapones para los oídos. El hombre del libro tiene la vista fija en las páginas: las palabras se amotinan y en el desorden no saben qué decir.

El músico inicia la segunda tanda. El bebé del cochecito se despierta y empieza a berrear; sigue el desconcertante concierto. Llega la segunda pausa y extiende el sombrero. La primera que lanza unas monedas es la madre de la criatura. La mujer de la bolsa le tiende unas monedas con rabia. La mayoría de los pasajeros extiende el brazo hacia el sombrero. El músico se detiene frente al lector, es el único que no ha colaborado. El hombre está frente al libro, el dolor no existe: lo leyó en un libro de visualización creativa. Clerman se para frente a él y toca. El rojo de la cara del lector atraviesa las páginas del libro; el hombre es inmutable al castigo. Los pasajeros, sobre todo la mujer del niño miran al lector que se hace el desentendido. La anciana de pie es categórica:

-Dale lo que sea o te reviento el bolso en la cara.

El hombre mete la mano en el bolsillo, saca un billete y se lo da al músico. El billete cae dentro del sombrero en el momento en que cae una lágrima del lector.

-Gracias por su colaborar con un pobre músico.

Una vez que el tren se detiene. En la espera, hombres, mujeres, niños se atrincheran en las puertas esperando ser los primeros en salir del vagón.

©-2010 Pablo García Gámez