Tuesday, June 14, 2011

El Gos en Proyecto Asunción

El Gos llegó en segundo lugar. La pieza de mi autoría este año estuvo entre las cuatro finalistas en el concurso Proyecto Asunción, organizado por Teatro Pregones del Bronx y presentado el 11 y el 12 de junio. Compartiendo el segundo puesto quedó Bajo los hábitos de resignación, de Rosarina Liriano; Zona Rosa de Carlos Morton mereció el tercer lugar, mientras que Rasgos Asiáticos, de Vicki Grise, quedó de primera, haciéndola acreedora de un workshop production para el 2012.

Proyecto Asunción es uno de los pocos concursos para autores hispanos que viven en Estados Unidos. El certamen “muestra el trabajo de autores latinos que exploran temas de diferencia y transformación en los límites de la identidad queer”.

El Gos tiene una estructura elíptica, no lineal. Movimiento y palabra son independientes y complementarios. En 18 escenas, o fragmentos, los personajes han de recrear al interlocutor ausente. En cuanto a temática, se ponen en perspectiva tres conceptos: inmigración, clase social e identidad queer. En términos de inmigración, si la permitida tiene en común con la inmigración ilegal la presencia de la nostalgia, en esta última son constantes el temor y la invisibilidad social, conceptos no necesariamente presentes entre los inmigrantes legales: El Gos en un parlamento comenta que “Tienen dócumen los que tienen reales en el banco. ¡Dócumen!”.

El hecho de que la pieza fuera finalista le dio la oportunidad de ser escuchada por una audiencia. La lectura dramatizada estuvo a cargo de Jorge Merced, director que explora los distintos potenciales de un texto dramático. El elenco integrado por Abdel González, Omar Pérez, Carlos Alberto Valencia, Ariel Bonilla, Johnathan Cedano y Karina Alos en pocas horas, trabajaron para crear los personajes y la atmósfera de la obra en la lectura dramatizada. El grupo brindó una sonoridad muy especial con sus diferentes acentos desbordando la nacionalidad de los personajes para darles una identidad latinoamericana.

No es fácil ser dramaturgo independiente. En el 2006, después de 100 años de teatro hispano en Nueva York, fui el primer autor en ganar el Ace y el Hola por Blanco, salida también de Proyecto Asunción. Cuando pasé a ser autor independiente, las oportunidades mermaron: en el 2007, Por las diez pulgadas de un bárbaro, escrita con Santiago Serrano, recibió una lectura dramatizada como finalista de Asunción y en el 2010 la pieza Calle fue parte de una lectura dirigida por Martin Balmaceda. Por eso se agradece la posibilidad que brinda este proyecto que pone todos los recursos de una compañía teatral para promover las piezas concursantes.

Y aquí llegamos a un punto que siempre se discute: el espacio limitado de los dramaturgos hispanos. ¿Cómo se resuelve? Una posibilidad sería que otros colectivos teatrales desarrollaran espacios para autores locales; tal vez la creación de colectivos de dramaturgos podría abrir espacios de lectura, publicación y representación a través de la auto-gestión.


Mientras tanto, hay que resaltar la importancia de Proyecto Asunción y su tarea de difusión de dramaturgos independientes.

Monday, January 10, 2011

En el metro (de Las cosas del amor).

Eva y Pedro. Noche fría. Eva está sola, sentada, en un banco de una estación de metro. Lleva un gran abrigo y un bolso. Se levanta. Mira hacia un lado. Mira hacia el otro. No ve a nadie. Escucha un ruido que la sobresalta. Se sienta. Mira el reloj. Cierra los ojos. Los abre de nuevo. Mira hacia las vías.

EVA: ¡Ah, ratas…! ¡Qué asco…! (Eva se levanta). Seguro que cuando está vacío, ésas se montan en los bancos. (Para sí). No debes temer a las ratas, no debes temer a las ratas, no debes temer a las ratas.

Entra Pedro.

PEDRO: ¿Le pasa algo? (Coloca una mano sobre el hombro de Eva).

EVA: ¡Ahhh…!!!

PEDRO: ¿Qué tiene?

EVA: ¡No me toques…!

PEDRO: Perdón. No la toco. (Retira la mano).

EVA: Aléjate.

PEDRO: Pero si sólo quiero…

EVA: Sé lo que quieres: abusar de una pobre e indefensa mujer.

PEDRO: ¿Cómo se le ocurre?

EVA: Que te alejes. ¡Auxilio…! ¡Auxilio…!

PEDRO: Ya, me alejo. Salió loquita la muchacha.

EVA: Loca tu madre.

PEDRO: Ya, ya, deja el insulto. De mal agradecidos está lleno el mundo.

EVA: Ya sé, te quieres aprovechar de mí. Pensaste que soy una…

PEDRO: Una nada… tengo malos ratos, pero no malos gustos.

EVA: ¡Grosero…!

PEDRO: Deja la histeria. Estabas hablando sola y sólo quise ayudar. Pero ya. Listo. Nadie me manda a meterme donde no me llaman.

Pedro se aleja de Eva. Pausa. Ruido y luces de tren.

PEDRO: El expreso. ¡Qué vaina, no pasa el tren local.

EVA: ¿Hablas conmigo?

PEDRO: No.

EVA: Pero estabas hablando.

PEDRO: Para mí mismo. ¿Qué? ¿Está prohibido hablar solo?

Eva mira fijamente las vías del tren.

EVA: Fuera ratas. ¡Fuera, ratas! ¡Quítense…!

PEDRO: Ahora les toca a las pobres ratas soportarla.

Eva se acerca a la orilla del andén. Cuando está por saltar, Pedro la sujeta.

EVA: ¡Socorro! ¡Socorro! Un hombre me está manoseando.

PEDRO: Chica, pero estás de psiquiatra. No quieres que te toque, pero estabas por suicidarte.

EVA: ¡Socorro!

Pedro la sacude por los hombros.

PEDRO: ¡Ya! Siéntate.

EVA: (Solloza). Es que una no se puede morir en paz.

PEDRO: Sí, te ibas a morir. ¿Con cuál tren si no viene ninguno?

EVA: Ése no es el punto… estaba ensayando.

PEDRO: Tú eres una loca exhibicionista. La gente cuando se quiere morir espera un tren que la espachurre bien espachurrada, o se tira de un edificio bien alto, o toma veneno. Tú lo que querías era llamar mi atención, ¿verdad?

EVA: No te me acerques… no te me acerques… voy a gritar.

PEDRO: Es lo único que has estado haciendo todo el tiempo. Me quieres provocar.

EVA: Abusador.

PEDRO: Ven mamita, pa’ que se te pase el susto.

EVA: Déjame en paz.

Pedro se acerca. Le abre el abrigo de un tirón. Debajo del abrigo, Eva lleva ropa interior.

EVA: No te acerques a una mujer indefensa.

Pedro la abraza. Eva saca de su bolso un revólver. Apunta a Pedro.

PEDRO: ¿Qué haces, loca?

EVA: Mira que eres tonto. Nunca te acerques a una mujer indefensa.

PEDRO: Deja ese revólver…

EVA: Dame la cartera.

Pedro se la da.

EVA: Ya resolví la noche

PEDRO: Pronto va a pasar un tren.

EVA: ¡Ay, qué miedo…! Quítate los pantalones.

PEDRO: ¿Aquí, en plena vía pública?

EVA: Sí, donde querías abusar de mí.

PEDRO: No, me da vergüenza.

EVA: (Apunta a la entrepierna de Pedro). Uno… dos…

PEDRO: Está bien, está bien.

Pedro se quita los pantalones; escucha un ruido.

PEDRO: Viene alguien.

EVA: Vístete.

Pedro se pone el pantalón torpemente. Ambos se sientan en el banco. Pausa.

PEDRO: Estuviste excelente.

EVA: Y tú también, Pedro. Pero…

PEDRO: ¿Qué?

EVA: Esta fantasía ya me está aburriendo. ¿Y si hacemos la de la mujer policía?

PEDRO: Mmm… mejor la del bombero que con la manguera rescata a la joven del incendio.

EVA: Lo que tú digas, amor. Mañana busco la gasolina y prendo el apartamento.

PEDRO: No veo la hora de rescatar a la joven indefensa.

EVA: ¡Qué rico…! ¿Sabes una cosa?

PEDRO: Dime, Eva.

EVA: Me da tristeza que las otras parejas no sean tan felices como nosotros.

PEDRO: Sí, qué lástima. Sólo nosotros somos los suficientemente cuerdos para no aburrirnos.

(Caminan abrazados por el andén del metro. Oscuro).

Monday, January 3, 2011

Sheila Marisela (monólogo de Las cosas del amor)

SHEILA MARISELA: ¡Qué calor...! (Se abanica. Del bolso saca un espejo. Se mira). Con este calor se me está corriendo el maquillaje. (Se retoca. Demasiado maquillaje). Natural. Así va la mujer moderna. (Se levanta, camina). No pasa. ¿Será que no viene? Viene, claro que viene. Siempre pasa por aquí. Siéntate Sheila Marisela que si caminas sudas y si sudas te verás y olerás horrible. (Se huele las axilas. Saca del bolso un envase de desodorante y se echa. Se sienta). ¿Y si no viene? Sheila Marisela: tú eres una chica moderna y segura... ¿cómo no va a venir? ¿cómo no va a venir? ¡Cómo no va a venir…! Tienes que estar tranquila y fatal. Decreta niña, decreta… “Él va a pasar. Él va a pasar. Él va a pasar”. Él pasa todos los días exactamente a esta hora... No quiero que el libanés se aproveche; ese hombre no pierde oportunidad para echarme los perros: “Habibi, llegaste tarde” y si me ve, se va a acercar para decirme que podría ser la dueña del supermercado. Y si algo tengo claro es que no quiero andar con un libanés, no me salga con que tiene cuatro mujeres más; además, con ese aspecto tan tosco, esas manos grandes, ese pelo negro, la piel oliva, todo pelúo y esos ojos color miel. Yo no nací para ser dueña de un supermercado que se parece a una bodega, no y no, quiero un hombre de ojos azules. (Haciendo memoria). Vanidades: consejos para atrapar al chico que te gusta. “Si el chico que te gusta hace que sientas mariposas en la barriga...” barriga no, eso es de gente ordinaria... estómago. “Si el chico que te gusta hace que sientas mariposas en el estómago, relájate”. (Cierra los ojos y respira profundo). Consejo número dos: “muy natural en todo lo que hagas”. (Agarra el vaso con refresco y ensaya la naturalidad. Posa). ¿Cómo se verá mejor? ¿con los ojos de frente o de lado? (Ensaya) Mmmm de lado... mmm una ceja levantada para que ese hombre se arrastre a mis pies. Consejo número tres: “averigua qué le gusta más: si la mujer clásica a lo Greta Garbo, si la dominante a lo María Félix o la moderna a lo Jlo”. Mmm Greta Garbo, (Saca una pitillera del bolso y camina a lo Garbo. Con voz grave). “I want to be alone”… ¡No! Yo no quiero estar sola. (Guarda la pitillera). A lo Félix. Siéntate que me molesta los hombres de pie. (Transición a lo J.Lo). Mira qué chulería. (Transición). Yo creo que él se va con la Félix. (Pausa) Ya debería estar en la caja del supermercado. Me van a botar, carajo. ¡Modérate Sheila Marisela: a los hombres no le gustan las mujeres vulgares, eso es de mujeres públicas. (Pausa). ¡No va a venir...! Coño, el horóscopo dijo claro y raspao que hoy las estrellas se confabulaban para iniciar la aventura de un romance. ¡Qué mala suerte...! Es que cuando el pobre lava, llueve. Es que cuando una está de malas hasta los perros la mean. Es que me voy a quedar soltera: santa Sheila Marisela. ¡Noooooo...! Yo nací para tener hijitos lindos y rubitos, para tener un rubio marido al que le prepare una rubia cena y con el cual ir a las fiestas de sociedad de gente rubia y bailar rubios valses. Yo quiero ayudar a los pobres haciendo fiestas de beneficiencia a las que vayan la crema y nata de la sociedad: millonarios con sus rubias esposas como yo… nadie se va a dar cuenta que este cabello es rubio a fuerza de farmacia…. en la guerra y en la belleza todo se vale… todas vestidas con abrigos de piel y joyas exquisitas para recoger fondos para regalarle a los niños pobres arroz y latas de sardina. Ése es mi futuro... Sheila Marisela: control. Vanidades. “A los hombres no le gustan las mujeres agresivas”. Mija que si te ve así, lo espantas. (Se relaja). Él tiene posición, se le ve... tiene pinta de hombre fino... cada vez que le doy el vuelto dice “gracias”, me mira con los ojos azules y sonríe y esa sonrisa dice algo... nadie dice “gracias”. Esos esperrujíos agarran el vuelto, se lo guardan y no hablan como si una estuviera ahí como un robot. Por supuesto que él no vive en este barrio donde está la mayor concentración de gente ordinaria y sin modales. Pa’ mí que él es un Smith, un Strauss… tiene cara de… de Peter Smith; pero no es la posición social lo que me interesa... es el amor que puede haber entre dos seres, es encontrar el alma gemela. (Canta) “Si yo encontrara un alma como la mía, cuántas cosas secretas le contaría....” ¿Y si se lo estoy quitando a otra? ¡Nooo…! Él no lleva anillos. (Pausa. Mira el reloj). Doce y diez. Pero bueno... voy a tener que buscarlo... él trabaja en ese edificio... aparezco diciendo que tengo que hacer una cita y... ¡Buscarlo jamás, Sheila Marisela...! ¿Estás loca? No vas a buscar a nadie, eres muy femenina para andar persiguiendo hombres. ¿Y si me lo roban? ¡Ay, si me lo roban...! Solterona, mil veces solterona. Mi horrible destino será soportar a los hijos de Stephanie Caridad: “Tía ¿por qué no te casate?” Qué bochorno, yo sin saber qué decirles. Una mujer tan bella con tanto que ofrecer y soltera. Se te adelantaron. No viene. (Se quita los tacones. Saca unos zapatos de goma. Se saca de la blusa unos senos postizos. Se pasa la mano por la cara descuidadamente). ¡Coño, el maquillaje...! Si me ve el libanés seguro que me dice un piropo, pero las mujeres como yo no estamos para libaneses. Así es mejor que... (Del bolso saca la bata de cajera. Se pasa de nuevo la mano por la cara. Llega el rubio que la mira con extrañeza; acelera el paso. Sheila Marisela se esconde. Se escucha una voz masculina.

VOZ: ¡Habibi atini abouxter…!

Saturday, October 30, 2010

Frío para caminar

¡Por fin un trabajo! Claire le ha conseguido un trabajo. Se pondrá al día con el casero que cuando lo ve, arruga la frente y lo pincha con los ojos; por eso Argimiro se desplaza como un gato por la habitación.

La habitación no es cara; tampoco es que sea una habitación. Argimiro vive en un sótano dividido con paredes de cartón piedra de las que salieron tres piezas. En el cuarto que él alquila cabe una cama individual. La ropa y otras pertenencias las guarda en la maleta debajo de la cama. Para ir al baño, debe subir al primer piso. La pieza no tiene calefacción por lo que el frío se instala en el sótano.

Han sido semanas sin trabajo. Consiguió el teléfono de un paisano ejecutivo en una agencia de publicidad. Lo llamó para solicitar una entrevista. Fue con su único traje, el que brilla por lo gastado, portando en las manos imágenes de comerciales creados por él. El ejecutivo paisano le dijo que había causado buena impresión, que lo llamaría. Argimiro esperó durante días. Finalmente, se decidió a llamar, lo que hizo religiosamente durante una semana en la que nunca encontró al ejecutivo paisano: lo imaginaba haciendo señas a la secretaria para que dijera que no estaba. La vida se complicaba hasta que Claire acudió en su ayuda.

Con la nieve en la calle sale despacio de la estación del metro. La nieve ha caído durante la noche. El pie se pierde en la masa esponjosa que en poco tiempo se compactará; caminar sobre ella será como hacerlo sobre una gigantesca pastilla de jabón: más de una vez se ha resbalado y ha caído.

A las diez en punto está en el negocio. En él hacen almuerzos para llevar y además es agencia de festejos, catering en lenguaje globalizante. Pregunta por Claire. Ella aparece en el mostrador y le presenta al chef, al asistente de cocina y al lavaplatos. Argimiro y Claire van a la oficina, espacio minúsculo con escritorio, computadora, fotocopiadora y un par de archivos. Alrededor, un reguero de platos, vasos, ollas de diversos tamaños, floreros, máquinas de hacer café, vegetales y frutas de verdad y de plástico.

-El trabajo no es difícil. Son cuatro o cinco horas al día. Te queda tiempo para hacer otras cosas. ¡Ah…! Y te dan el almuerzo. Cuando te hayas ganado a Amy, trabajarás en las fiestas como mesero: ahí se saca buena plata.

-Gracias, Claire. Estaba pelando.

Se abre una puerta y aparece Amy, la dueña del negocio. Alta, fuerte y ojos azules, Argimiro tiembla al escucharla: Amy ametralla palabras que rebotan en el reducido espacio. Como es costumbre en los casos en los que predomina otro idioma, Argimiro se siente necio moviendo la cabeza de arriba para abajo para dar por sentado que comprende lo que dice la dueña. Una vez que sale Amy, pregunta a Claire:

-¿Qué dijo?

-Tienes que llegar a las diez de la mañana. Te doy el menú del día, lo fotocopias y sales a la calle a repartirlo. Antes de las doce estás aquí para los envíos de comida: hay gente que por no salir de la oficina, ordena por teléfono. De ahí salen propinas.

Claire, como bienvenida, le da el menú ya fotocopiado:

-Eso sí, no te acostumbres. Mañana lo fotocopias tú.

Argimiro sale a cumplir su misión. Descubre que en invierno pocos caminan por la Décima Avenida, así que se dirige hacia la Novena. Sigue hasta la esquina de la calle 57; allí se atrinchera para repartir el menú. Primera vez que se detiene un mediodía de invierno para ver una calle. Le asombra el caminar de la gente: más que caminar, es huída en desbandada temiendo que les corten el paso.

Descubre que es tarea complicada manipular hojas volantes con guantes. Se quita el guante derecho y desde la mano, el cuerpo se colma de frío, pero hay que ganar dinero. Un intento, dos, tres, cuatro… varios… Cuando se acerca, los transeúntes voltean la cara o congelan la vista al frente para no hacer contacto con él, para no recibir esos papeles. Los que lo ven, sienten desprecio o temor hacia el inoportuno repartidor en medio de la calle. En dos ocasiones intercepta peatones que en respuesta apresuran el paso. Está la ley del espacio personal: es un espacio que no está permitido abordar, al que no se tiene acceso ni con los ojos. Finalmente un hombre se detiene, toma el menú que le ofrece Argimiro y pregunta el nombre del restaurante. Tastefully Done, responde Argimiro, no sin cierta dificultad porque la “a” vale por “ei”, la segunda “t” se pronuncia mientras que la “e” no, y la “u” vale como “iu”. El hombre mira el menú y pregunta si hacen comida vegetariana.

-No, responde Argimiro.

El transeúnte hace del menú una pelota con la mano derecha y la lanza al cesto de basura. Argimiro se siente pequeño. Menos que pequeño: inmaterial. Ser evitado, lo que ofrece se bota a la basura confirmando lo que siente desde que llegó y que la ciudad se ocupa en reforzar: es un extraño. De ganar premios como redactor, copywriter en idioma globalizante, allí es ignorado, con la mano derecha a medio congelar por la nieve y la indiferencia, con un trabajo de medio tiempo para ganar menos del sueldo mínimo.

-¿Qué carajo hago aquí?

Y mientras se lo pregunta, una mujer apurada lo sorprende por detrás pegándole con su bolso de mano en el que parece llevar ladrillos. Resbala y por poco cae. La mujer no pide excusas porque ni cuenta se da. Con el empujón, Argimiro ve a través del sucio vidrio de un restaurante chino, un reloj de pared cubierto de una mezcla de grasa y polvo: son casi las doce, sólo ha entregado un menú y dentro de poco debe volver al negocio para entregar los pedidos.

-¿Cómo reparto estas hojas?

Es un fantasma, un fantasma repartidor de hojas de papel. Nadie le hace caso. Es la manera normal de ser: no ser visto ni oído. Poco a poco se ha acostumbrado a desaparecer, a ser borroso, a caminar en la calle sin que se note su presencia. ¡Si pudiera hacer lo mismo con el casero!

Con paso rápido, entra en los edificios residenciales y deja los menús en los buzones de correo. En el primer edificio no hay obstáculo. En el segundo edificio está el letrero amenazador con el que se topará a cada rato: No Menus. Si lo agarra el súper de uno de esos edificios, por lo bajito, le armará un escándalo. De crear y escribir mensajes en un escritorio pasa a repartirlos en la calle; de redactor de avisos publicitarios para compañías transnacionales a repartidor de menú. Del escritorio a la acera. Las hojas que no llega a entregar, que son las más, las lanza en un bote de basura.

Al llegar, pregunta a Claire si está mal regresar con menús sobrantes.

-Puedes, pero te verán como inepto. Tampoco pienses en tirarlos a la basura: los clientes te delatarían.

Argimiro se promete a sí mismo no botar los menús mañana. Comienzan a llegar los pedidos a domicilio y con ellos el reparto. En su primer día hace la propina suficiente para comprar cigarrillos. Para el pasaje del metro, la calle está fría para caminar. Para llamar por teléfono, tal vez el ejecutivo paisano…

Monday, October 25, 2010

Retrato en cobalto de madre con niños

Comienzo explicando por qué la mayoría de los escritores que vivimos en Nueva York tarde o temprano terminamos en el metro. El subway neoyorquino tiene la facultad de reunir en sus vagones a gente que nunca se ha visto y probablemente nunca se verá de nuevo.

La posibilidad de compartir con tanta gente anónima se puede hacer durante algunos minutos, los necesarios para que un escritor se encuentre ante una potencial galería de personajes. Como el tren subterráneo refleja el carácter de melting pot de la ciudad, los viajes en él pueden llegar a ser asombrosos: mariachis, cantantes pop, gaiteros celtas, violinistas, bailarines de hip hop, magos, percusionistas, mendigos que cuentan historias increíbles. El abono perfecto de una realidad inusual.

Videos musicales, películas, obras de teatro y cuentos se desarrollan en entradas, andenes y vagones del tren. Muchos escritores hispanos, y de otras latitudes, tienen su cuento o poema que se desarrolla en el metro.

En lo particular, tengo un par de textos que transcurren en el transporte del subsuelo. Uno de ellos es una pieza breve: una pareja que busca darle un sentido de aventura a su relación. El otro es un cuento que ocurre en un vagón repleto, un día de verano, en el que para colmo el convoy se detiene entre las estaciones de Lexington y 23rd Ely Avenue.

Tal es la atracción del subway que había decidido que esta narración tuviese como tema el encuentro, años después, con la persona más embustera de Nueva York, al menos de las que he conocido. Luego de una serie de promesas, la persona se desentendió de sus compromisos ocasionando terribles problemas. Haciendo caso omiso al consejo de Quiroga de dejar que la emoción baje –aclaro que nunca he hecho caso a lo de saber a dónde va el cuento desde la primera palabra- quise llegar lo más rápido posible para contar lo que había sentido ante la amenaza de que esa persona, que rige el imperio del embuste, se atreviera a brindarme un saludo.

Caminé con Santiago por Broadway hacia la Calle 14. Mientras la tarde mostraba su aspecto otoñal, por mi cabeza pasaban las posibles frases con que empezaría el relato: “Tiempo después en la calle apareció la mentira humanizada”, “La frustración me invadió cuando se apareció de nuevo”.

En Union Square, entré a la estación y me dirigí con Santiago al andén del tren R que llegó casi inmediatamente. Había gente de pie, gente que luego del paseo dominical se recogen temprano en sus hogares. Desde la estación de la calle 14 hasta la estación de la calle 28 estuve de pie; allí se bajó una pareja y me senté. A Santiago no le dio tiempo y siguió con las manos sujetando las barras. Mi mente seguía rumiando las palabras por lo que saqué mi libreta de bolsillo para que no escaparan. En la calle 34 se bajó la mujer que iba al lado mío; hice señas a Santiago para que se sentara junto a mí. Él prefirió irse al asiento desocupado, al lado de las puertas: tenía más espacio.

Escribí: “El engaño se disfraza de mística”. Al abrir las puertas en la estación de la Calle 42, un grupo de gente abordó el vagón. Entre ellos estaba una mujer con dos niños. Empezó la seducción del transporte y la historia de la persona más mentirosa quedó para después. Los niños, uno tendría cuatro años y el otro dos, venían en uno de esos carritos para ir al mercado, para cargar ropa o cachivaches: era una especie de jaula, de corral infantil. Tan azul cobalto como el carrito eran los abrigos de los niños y de la que supuse era la madre. Luego de la llamativa entrada, madre e hijos se sentaron al lado de Santiago. Al arrancar el tren, los niños empezaron a apretar y a lanzar el contenido de las bolsas de papas fritas que tenían en las manos. La mamá se limitó a decir que dejaran de jugar lo que no evitó que en la ropa de Santiago cayeran migajas grasientas de papas.

Los niños se quedaron tranquilos un rato hasta que la mamá sacó el celular. El más pequeño quiso agarrarlo y como la madre no se lo dio empezó a llorar. Más que llorar, empezó a berrear mecánicamente. Como la madre no le hacía caso, el pequeño chillaba cada vez más duro y empujaba al hermano mayor, compañero de jaula. La gente en el tren miraba al grupo con disimulo. Si hubiera pasado en Caracas, si hubiera sido cuando yo era joven, se habría escuchado la frase que los pasajeros de carritos y autobuses utilizaban para que la madre callara al niño: “¡Dale la teta!”

En los trenes y autobuses de Nueva York nadie grita “¡Dale la teta!” El niño puede desgañitarse y nadie reclama. Además, lo más que se hubiera podido hacer con esta madre era brindarle un consejo: ella no pasaba de los veinte años; a pesar de ello, en su cara arrastraba el cansancio.

Siete estaciones después, el niño seguía con los chillidos. En el ínterin, uno que otro pasajero había buscado situarse en los extremos del vagón para que los gritos no le molestasen tanto.

Finalmente en la estación Steinway de Queens, madre, hijos y carrito se bajaron del tren. Un pasajero aplaudió en son de alivio. El resto de los pasajeros lo ignoraron. El embuste desapareció

Saturday, October 16, 2010

Aurelio, mi ídolo

Me gusta escribir de noche. Santiago y Benito se acuestan temprano así que son míos tiempo y espacio. Habiéndome convertido en ser urbano, necesito algún estímulo para no sentirme solo o para tener el mínimo de distracción mientras escribo. Quién sabe.

Esta noche me siento frente a la computadora. El televisor, sin volumen, dispara sus imágenes al sofá vacío. Me concentro. Empiezo a escribir. Tiempos verbales, adjetivos, adverbios. Redondeo oraciones, las pulo, las borro. Volteo hacia la izquierda y en la pantalla está Aurelio.

Admiro a Aurelio. La primera vez que lo vi fue en el Show de Cristina. Allí desarrolló el personaje del ser que va más allá del clasismo y del elitismo: con insultos e ironías mostraba su rechazo hacia la gente ordinaria, los ancianos, los obesos. Pasó el tiempo y no lo vi más.

Apareció años después gracias al satélite con su carga de programas peninsulares. Allí estaba Aurelio, esta vez como periodista del corazón. Periodista del corazón es aquel que se ocupa de averiguar la vida de los famosos y contar sus truculencias; en la jerga caraqueña, es un periodista de chismes de farándula.

Las sesiones, en vez de prensa del corazón, parecen de la prensa del pulmón: gana quien grite más. En los programas desmienten, replican, berrean, cuestionan, lloran. Juglares del micrófono que necesitan la atención del público. Para ello, se puede echar mano a un desmayo, una amenaza, un par de lágrimas con fondo de música empalagosa.

Aurelio aprovechó la oportunidad. Supo mercadearse. Sabe que, más que agradar, hay que impactar. El rostro del juglar y sus historias deben tatuarse en la memoria del televidente. Por eso, cuenta que los guardaespaldas de la cantante intentaron agredirle, que fulana no tuvo relaciones con mengano o que el heredero intentó robar a la millonaria madre. Se molesta, apasiona, grita, impreca: tiene la imperiosa necesidad de ser recordado.

¿Por qué mi admiración por Aurelio? Ha interpretado un personaje clasista y es el periodista acucioso. Es visto en Europa y en América. Sabe cómo alcanzar la notoriedad sea mostrando rechazo a los ancianos, sea contando secretos ajenos. Su esfuerzo lo llevó al estrellato.

Saturday, October 9, 2010

Primero los niños

Dos historias, dos momentos y los mismos protagonistas.

Paseo

La noche estrellada es espera que se vuelve mañana. El cura Ángel cumple su promesa: consigue el autobús que lleva a pasear a los niños del cerro.

Primera vez que bajan a los puntos lejanos, a la tierra a sus pies que de noche se vuelve cielo. El autobús llega a las grandes calles que no alcanzan para tantos carros.

Entran en un edificio. Es inmenso. Adentro caben varios ranchos y sobra espacio. Hay cuadros, estatuas y mucho frío.

Al rato de explorar, todo empieza a dar vueltas. Oscuridad. El carajito abre los ojos. Sonríe. El cura Ángel dice que se desmayó por inanición. Él sabe que no es por inanición. Es por el hambre atrasada.

Desalojo

El General Brigadier revisó una vez más el operativo. El objetivo estaba claro: desalojar a los que se estuvieran en la escuela.

Para no correr riesgos, envió cincuenta soldados armados. Si oponían resistencia, darían la orden de lanzar bombas lacrimógenas.

El lunes se llevó a cabo el plan. Llegaron por la pendiente de la calle 12. Se bajaron los soldados y en acción coordinada, casi coreográfica, entraron al recinto escolar.

Dominaron al vigilante. Llegaron a las oficinas, a los salones; los soldados sometieron a los alumnos, a los maestros, al personal administrativo.

Los rivales protestaron: ¿para qué mandar al ejército a desalojar una escuela primaria de niños invidentes? Es inhumano. Si al menos hubiesen sido niños sordos, pero ciegos, ¡qué disparate!

El miércoles, el General Brigadier fue condecorado con la orden más alta de la república por preservar el orden patrio.