Friday, July 9, 2010

Público cautivo

A Francisco Mujica

El tren reduce la velocidad y para en la estación Lexington.Varios segundos, eternos, antes de que el vagón abra sus puertas.En la espera interior, hombres, mujeres, niños se atrincheran en las puertas esperando ser los primeros en pisar la plataforma y caminar a zancadas.

Los que esperan en el andén desesperan como los del vagón; tal vez más. Se abren las puertas. Algunos intentan entrar y tropiezan con los que quieren salir; no hay palabras, si acaso miradas. En la batalla ganan los que salen por su estrategia de salir en bloque y llevarse por delante a los que están obsesionados por ocupar un asiento lanzándolos a los lados de las puertas.

Los primeros en entrar ganan los pocos asientos disponibles. Un hombre de camisa con mangas remangadas y corbata increpa con la mirada a la mujer que tiene una bolsa en el asiento a su lado y que quita con disgusto. Otro hombre se sienta y del bolsillo de su chaqueta saca un libro, lo abre y fija la atención en él aislándose del gentío; el libro es de Dale Carnegie, es una guía para ganar amigos. Entre la multitud se distingue la madre con su cochecito en el que va el niño dormido. Una vez adentro, los pasajeros asaltantes sienten que el vagón no tiene aire.

Se escucha la voz mecánica anunciando que ésa es la última parada en Manhattan; la próxima estación es Ely Avenue-21st Street en Queens. Se escuchan dos timbres, señal de que las puertas están por cerrar, última oportunidad de los rezagados para empujar hacia el interior del vagón. Cerradas las puertas, arranca el tren. Un hombre con un saxo atado a una cuerda de sonrisa cálida y palabras cadenciosas hace un anuncio:

-Buenas tardes, damas y caballeros. Mi nombre es Clerman. Soy músico aficionado. Les voy a pedir que colaboren con lo que puedan y así no toco. Gracias.

Algunos pasajeros piensan que es una broma del músico; otros ni le prestan atención. La mujer de la bolsa y el hombre del libro se hacen los distraídos. Incluso hay pasajeros que desean que toque, al fin y al cabo, Clerman tiene el porte de un músico de orquesta.

Pasados varios segundos, Clerman se lleva la boquilla del saxo a la boca. Toma aire y comienza a soplar. El impacto es inmediato. El ruido llega a todos los oídos. Estridencias, aullidos, gritos, chillidos, quejas salen del instrumento que deja de ser musical para ser de tortura. Clerman es el demonio dueño del infierno acústico. El tiempo se detiene en cada graznido. El público, cautivo, aguanta la primera embestida con dignidad. Clerman deja de crear los monstruosos ruidos, aparta la boquilla y con una sonrisa anuncia:

-Ya que les gusta, interpretaré otra pieza compuesta por mí. Y a propósito, el tren va a demorar en llegar a la próxima estación porque están haciendo reparaciones en la vía. Tendrán la oportunidad de apreciar mi música.

No bien acabado Clerman, la voz metálica anuncia por los altoparlantes que el tren va a demorar: hay obreros en la vía. Palidez e incredulidad. Unos miran al techo como pidiendo misericordia. La señora de la bolsa se finge dormida. Una de las ancianas que va de pie saca de su bolso la revista de farándula y rasga pedacitos en el intento de hacer tapones para los oídos. El hombre del libro tiene la vista fija en las páginas: las palabras se amotinan y en el desorden no saben qué decir.

El músico inicia la segunda tanda. El bebé del cochecito se despierta y empieza a berrear; sigue el desconcertante concierto. Llega la segunda pausa y extiende el sombrero. La primera que lanza unas monedas es la madre de la criatura. La mujer de la bolsa le tiende unas monedas con rabia. La mayoría de los pasajeros extiende el brazo hacia el sombrero. El músico se detiene frente al lector, es el único que no ha colaborado. El hombre está frente al libro, el dolor no existe: lo leyó en un libro de visualización creativa. Clerman se para frente a él y toca. El rojo de la cara del lector atraviesa las páginas del libro; el hombre es inmutable al castigo. Los pasajeros, sobre todo la mujer del niño miran al lector que se hace el desentendido. La anciana de pie es categórica:

-Dale lo que sea o te reviento el bolso en la cara.

El hombre mete la mano en el bolsillo, saca un billete y se lo da al músico. El billete cae dentro del sombrero en el momento en que cae una lágrima del lector.

-Gracias por su colaborar con un pobre músico.

Una vez que el tren se detiene. En la espera, hombres, mujeres, niños se atrincheran en las puertas esperando ser los primeros en salir del vagón.

©-2010 Pablo García Gámez

7 comments:

  1. Pues bienvenido a la Blogsfera y más con este texto tan maravilloso.... Hay un mundo de trenes por subir, bajar y contar......

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  2. Querido Pablo.
    Me alegra ver tus textos en la web.
    Un gran beso

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  3. a mi también me alegra. qué rico leerte después de tanto tiempo!

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  4. (y qué belleza que este primer texto se lo hayas dedicado a francisco. seguro que desde el viento se rió a carcajadas)

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  5. Gracias, Bertorelli. Bueno, lo logré después de meter la pata varias veces consecutivas... letras grandes, letras chiquitas, letras desaparecidas. Hay que hacer un curso de zen antes de meterse a hacer el blog, pero ahí está. La historia con la dedicatoria se debe a que el cuentico se ganó un premio en la universidad... fue un viernes, el sábado pensé en mandarle la noticia por Facebook, pero era tarde.

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